INTELIGENCIA ECOLÓGICA VERSUS CIVILIZACIÓN TÓXICA.

Dancing Butler On Toxic Beach Crude Oil. Esta obra del artista británico callejero de identidad oculta, apodado Banksy, expresa con ironía la contradicción ética de la civilización tóxica.

     RESUMEN:

     Por más que pretendamos escapar de los tentáculos de la civilización tóxica, por más que tratemos de evitar la contaminación física y mental, no obstante, toda medida que adoptemos será insuficiente. Podemos alejarnos de las grandes ciudades y evitar llenar nuestros hogares de productos nocivos para nuestra salud, podemos retirarnos al campo, hacer ejercicio al aire libre y meditar por la mañana o cuando llega el atardecer. Pero todo esto, aún siendo bueno para nosotros, sabemos que es sólo un remedio pasajero.
     Todo saber que actualmente pretenda ser tomado en serio, ya no puede ocuparse sólo de la salvación del individuo aislado, como si cada sujeto fuese un ente separado del resto del mundo por el muro de la conciencia. La psicología, en la coyuntura histórica en la que nos ha tocado vivir, tiene que ser ecopsicología, psicología profunda capaz de comprender hasta qué punto estamos todos íntimamente conectados dentro del tejido de la vida.
     Debemos de ser capaces de desarrollar una inteligencia ecológica a nivel global, dentro del marco de un sistema económico sostenible y más justo, pues únicamente de este modo podremos superar el actual modelo de civilización tóxica. En este sentido, modelos económicos como el propuesto por Christian Felber (La economía del bien común), o aportaciones como las del famoso psicólogo Daniel Goleman (Inteligencia ecológica), son puntos de partida a tener en cuenta.



     PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
     Parece fácil de decir, y muy difícil de realizar. Sin embargo, ya hay desde hace tiempo muy buenas alternativas teóricas que poco a poco comienzan a implementarse. Hay mucha gente brillante trabajando desde hace mucho tiempo en una misma dirección y desde muy diversas disciplinas, proponiendo alternativas viables al putrefacto capitalismo, tantas veces muerto y resucitado, y refutando asimismo, desde todos sus ángulos, el viejo paradigma científico occidental de dominio y explotación de la naturaleza para el beneficio humano.
     Existe una lucha entre dos estilos de pensamiento, uno VIEJO que no termina nunca de morir, y uno NUEVO que no acaba de nacer, porque no le dejan. El viejo sigue creyendo que el planeta es una fuente inagotable de recursos al servicio de la todopoderosa especie humana, y que tenemos derecho a violar a la Madre Tierra en nombre de la ciencia y el progreso; además, éste anticuado carcamal es un adorador fanático del dinero y, como tal, cuenta con el beneplácito del sistema económico capitalista, que premia a las multinacionales más irresponsables, menos éticas y más contaminantes, siempre y cuando éstas presenten unos balances financieros opulentos. Tenemos, en el otro lado, al nuevo estilo de pensamiento, que intenta abrirse paso en medio de todo este panorama tan desolador, que espera del futuro la implantación progresiva de una economía más justa, de tecnologías capaces de generar energías no contaminantes, de una nueva concepción del papel que debe de jugar el ser humano en el mundo y, en fin, de una concienciación ecológica a escala planetaria. Todo ello será sólo el principio de una nueva manera más sabia y equilibrada de entender las relaciones entre los seres humanos y el entorno que nos engloba y del cual formamos parte.
     Es un hecho histórico sin precedentes que millones y millones de personas en todo el planeta tengan la imagen horrible de que nuestra especie es como el virus febril que enferma las condiciones de vida de la Tierra, como un cáncer que carcome desde dentro el planeta, y que no parará hasta dejarlo seco y molido como un hueso abandonado. Cambiar esta monstruosa concepción de nosotros mismos y comprender que no estamos encima o contra la naturaleza, sino que formamos parte de ella, sin más privilegios ni más derechos que cualquier otra porción de vida, ello es lo realmente importante: es el horizonte hacia el que debe de caminar el futuro de la humanidad.
     
DIBUJAR ALTERNATIVAS
     Existen serias y variadas alternativas al actual modelo que aquí hemos llamado "civilización tóxica". En concreto me gustaría hablaros brevemente de dos alternativas que me parecen interesantes. Por un lado, en el terreno de la psicología, Daniel Goleman (el conocido autor de la célebre obra Inteligencia emocional, entre otras) realiza un giro ecológico en su afamada carrera y nos presenta otro libro a tener en cuenta: Inteligencia ecológica. Y por otro lado, en el ámbito más propiamente económico y político, tenemos el novedoso libro de Christian Ferber: La economía del bien común

Inteligencia ecológica
      Daniel Goleman dibuja una alternativa de futuro que pasaría por el desarrollo de algo que hasta el momento todavía nos falta, a saber, una inteligencia ecológica que será necesario aprender y en la cual deberemos educar a las futuras generaciones. La inteligencia ecológica es la capacidad de relacionarse con la naturaleza siendo sensibles hacia todo aquello que la pueda dañar; ello implica tomar decisiones y realizar acciones teniendo en cuenta el impacto que producen en el medio ambiente, ya que lo que es bueno para la salud del planeta, también repercute en nuestro propio bienestar.
     Pero Goleman no habla simplemente de una educación ecológica de la inteligencia, sino que aporta una aplicación práctica que, según asegura, ya está en marcha y que, de hecho, en un futuro no muy lejano se espera que cambie radicalmente el mercado global. Goleman apuesta por poner la ciencia al servicio del consumidor, consumidor responsable que a través de la elección de los productos más sanos, éticos y ecológicos obligará a cambiar la filosofía de las empresas. Para que ello fuese posible la ecología industrial analizaría científicamente todas y cada una de las sustancias que componen un producto, en un afán de transparencia radical en el etiquetado, y luego incluso se le podría otorgar al producto una puntuación de acuerdo con criterios ecológicos y de comercio justo. Dicha puntuación visible para el consumidor nos advertiría de las sustancias problemáticas para nuestra salud, de la toxicidad para el medio ambiente, de la huella ecológica que supone para el planeta, de las condiciones laborales de los trabajadores que han manufacturado el producto, de los procesos industriales de fabricación, del envase utilizado para contener el producto, de la contaminación que supone el transporte de los productos, etc.
     Esto que nos puede parecer utópico, ciertamente ya está implantándose poco a poco --afirma Goleman--, y supondrá una transformación radical del mercado, ya que los fabricantes que no adapten sus productos a criterios ético-ecológicos perderán clientes y sus productos no se venderán, y, por consiguiente, esas empresas terminarán desapareciendo porque sus productos ya no serán competitivos. De hecho, los artículos de venta con mala puntuación ecológica se encarecerán, mientras que la gama de artículos de las empresas responsables con la salud y el medio ambiente, venderán sus productos con mayor facilidad y a menor precio.
     Como vemos, la alternativa de Goleman es una revolución desde dentro del capitalismo, que utilizará el propio consumismo como eje de transformación hacia una especie de capitalismo ecológico. En mi opinión, se trata de una idea simple y efectiva, que trata de desviar el actual afán excesivo por la acumulación material, hacia una dirección sostenible para el planeta. Cierto es que lo ideal sería  reducir la codicia a su mínima expresión, pero actualmente ello resulta a todos luces un proyecto demasiado utópico. Quizá por eso Goleman prefiere optar por una vía intermedia que, sin embargo, ciertamente resulta --a mi modo de ver-- demasiado complaciente con el materialismo consumista del capitalismo. Autores como Jim Merkel defienden algo muy distinto, a saber, una simplificación radical de la vida que traiga consigo un consumo mínimo, pues a menor consumo menor será el impacto medioambiental que causaremos al planeta (huella ecológica); lo verdaderamente ecológico es consumir lo mínimo y centrarse en la satisfacción de las necesidades básicas... Demasiado utópica también la propuesta de Jim Merkel, ya que para tener repercusiones significativas tendría que ser un estilo de vida que se contagiase a la mayor parte de la población mundial, cosa que no es probable que ocurra ni siquiera aunque compartamos sus creencias.
     Pero es que, incluso la propuesta de Goleman, más realista, también peca de cierta ingenuidad y llevarla a cabo no parece una tarea sencilla, porque las grandes multinacionales --que no lo olvidemos son las que concentran la mayor parte del poder--, no creo que estén dispuestas a aceptar las nuevas reglas del juego sin resistirse o intentar desvirtuarlas. Actualmente es un hecho que a las multinacionales, que son las que tendrían que dar ejemplo, no les importa en absoluto los criterios ecológicos o el comercio justo o la responsabilidad ética; lo único que les importa es seguir ganando cada vez más y más dinero, independientemente del sufrimiento humano, la salud de los consumidores o la degradación del planeta. El único interés que muestran por lo ecológico, lo saludable, lo natural o lo ético, etc., tiene que ver exclusivamente con la publicidad engañosa gracias a la cual intentan incrementar el número de ventas de sus productos.

La economía del bien común
     La economía del bien común es un modelo económico alternativo propuesto por Christian Felber. La idea central de la propuesta de Felber consiste en que la economía vuelva a estar al servicio de las personas y del bienestar social. Pero en la actualidad, más bien parece suceder lo contrario: los ciudadanos y la sociedad están bajo el dictado de los mercados, que en su afán de concentración del capital, han perdido su horizonte de sentido. Para invertir esta perversión en la que ha caído la economía, lo que propone el nuevo modelo  es un cambio sustancial de las reglas del juego, a saber: sustituir el afán de lucro por la contribución al bien común, y la competitividad por la cooperación. En definitiva de lo que se trata es de que, los mismos valores que son saludables y hacen florecer las relaciones entre las personas, se apliquen también en el ámbito económico.
     Ciertamente resulta curioso el hecho de que en el continente económico los valores éticos y democráticos, así como los criterios ecológicos, no tengan una verdadera implantación. El respeto por la dignidad humana, la honestidad, la cooperación, la sostenibilidad, la solidaridad, la igualdad, la democracia, la justicia, la empatía, el altruismo, etc., todos estos son valores en los que se basan las sociedades verdaderamente democráticas y que hacen de los ciudadanos personas mejores y más felices. Sin embargo, en la esfera económica parecen no tener cabida estos principios, como si el terreno económico fuera una hostil e inhumana tierra de nadie. Peor aún, la ideología inhumana de la economía pretende ahora más que nunca infiltrarse  dentro del mundo de la vida, contaminando nuestras vidas cotidianas con antivalores como la codicia, el egoísmo, la competitividad, la injusticia, el consumismo, etc. En este sentido, la economía del bien común es una alternativa necesaria contra la inmoralidad de los mercados.
     Para su progresiva implementación las empresas tendrá que servir al bien común y cooperar entre ellas. El balance financiero, el crecimiento indefinido y la competencia agresiva ya no serán el fin último. Para ello, se creará un "balance del bien común" basado en criterios éticos, democráticos y ecológicos. Así, las empresas que mejor se adapten a los criterios del "balance del bien común", tendrán una mejor puntuación, gracias a lo cual obtendrán ventajas de todo tipo. O dicho de otra manera, las empresas que más cooperen con otras empresas, que mejor valoren a sus empleados, que más respetuosas sean con el medio ambiente, etc., conseguirán una mejor puntuación y, por consiguiente, se les concederán ventajas a modo de recompensa (pagarán menos impuestos, obtendrán créditos más baratos, se les adjudicará obras públicas, etc.). Por contra, aquellas empresas más irresponsables, más insolidarias, que exploten a sus empleados, que no practiquen el comercio justo, que contaminen el medio ambiente o perjudiquen la salud de los consumidores, etc, tendrá puntuaciones negativas con consecuencias nefastas para la viabilidad futura del propio proyecto empresarial; es decir, que tendrán dos opciones: o bien adaptar su filosofía de la empresa a los criterios del balance del bien común, o bien desaparecer.
     Por supuesto, todas estas medidas tendrán que ir acompañadas al mismo tiempo de reformas profundas en todos los ámbitos importantes de la organización social (reformas políticas, laborales, educativas...). Evidentemente, por cuestiones de espacio, no podemos abordar aquí todas estas ideas. Pero podemos indicar de forma general algunas que resultan más evidentes. En el plano político, por ejemplo, el desarrollo de una verdadera democracia participativa más directa; en el terreno laboral, la aplicación de la antigua idea de trabajar menos para trabajar todos y, así, tender más tiempo libre (para nosotros mismos, para realizar servicios sociales, o para cuidar las relaciones con nuestros seres queridos); en el ámbito educativo, la implantación de nuevas materias relacionadas con la inteligencia emocional, los valores éticos y democráticos, la concienciación ecológica, la competencia comunicacional, etc.
     En definitiva, nos encontramos ante un modelo económico alternativo que conlleva al mismo tiempo toda una serie de reformas profundas y una revisión de nuestro estilo de vida y pensamiento; se trata, pues, de un cambio de paradigma que pretende dibujar un futuro más esperanzador para el ser humano y para el planeta. Ahora bien, no se trata de un modelo cerrado ni exclusivo del autor; está abierto a nuevas iniciativas y a la participación de todos. De hecho, es un proyecto en construcción en el cual ya colaboran ciudadanos, empresas, partidos políticos y asociaciones en muchas partes del mundo.

Comentarios

  1. Debemos de ser capaces de desarrollar una inteligencia ecológica a nivel global, dentro del marco de un sistema económico sostenible y más justo, pues únicamente de este modo podremos superar el actual modelo de civilización tóxica. En este sentido, modelos económicos como el propuesto por Christian Felber (La economía del bien común), o aportaciones como las del famoso psicólogo Daniel Goleman (Inteligencia ecológica), son puntos de partida a tener en cuenta.

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