INTELIGENCIA ECOLÓGICA: REGRESAR A LA NATURALEZA.


inteligencia ecológica naturaleza
Paul Gauguin, Arearea, 1892.
 "... y aromas que nadan
desde las tardes amarillentas del mar,
en las que el corazón se atemoriza,
como si recordara islas olvidadas,
donde en tiempos se demoraba,
donde hubiera debido demorarse
eternamente"
(Nietzsche).

REGRESAR A LA NATURALEZA

     La inteligencia ecológica es la capacidad de relacionarse con la Naturaleza siendo conscientes y sensibles hacia todo aquello que la pueda dañar. Por tanto, implica tomar decisiones y realizar acciones teniendo en cuenta el impacto que producen sobre el medio ambiente. Pero desarrollar la inteligencia ecológica no resulta tan sencillo como quizá puede parecer a primera vista. Es necesario poseer ciertos conocimientos y desarrollar una serie de hábitos y prácticas que se deberían adquirir desde la primera infancia.
      La inteligencia ecológica es volver a sentir respeto por la Naturaleza y comprender que somos los hijos de la Tierra. Todos los organismos vivientes formamos parte de la Naturaleza, y la especie humana no es una excepción. El desprecio humano por la biodiversidad y la destrucción de las condiciones de vida del planeta reflejan una ignorancia ecológica sin precedentes que nos aboca a la desaparición.
     En el pasado, antes del desarrollo de la ciencia y la tecnología, y sobre todo a partir de la revolución industrial y la explosión demográfica, antes de esto, no era necesaria la educación en inteligencia ecológica, pues la Humanidad ya poseía una sabiduría ancestral centrada en el respecto hacia la Naturaleza. Estos pueblos, que en la actualidad todavía existen acaso como ecos del pasado, reducidos y transformados en una caricatura de lo que antaño fueron, estos pueblos "primitivos", consideraban que la Naturaleza era sagrada y toda su cultura se regía por el respeto y la armonía para con la Madre Tierra. Pero hace no tantos siglos, se produjo un cambio en el estilo de pensamiento occidental (cambio de paradigma) que partió en dos la historia y el destino de la Humanidad: a partir del siglo XVI aproximadamente el ser humano occidental considera que la madre Naturaleza es susceptible de ser violada y sus recursos explotados ilimitadamente en el nombre del progreso y para el bienestar humano.
     Especialmente interesante al respecto es el testimonio que nos dejan pensadores y científicos como Maquiavelo, Bacon, Galileo, Descartes o Newton, etc., todos ellos dejaron en sus escritos expresiones escalofriantes que son buena muestra del cambio de paradigma que estaba operando por aquella época: la Naturaleza es una damisela esquiva o una prostituta que debe ser forzada, penetrada, dominada, etc., para desentrañar  sus misterios y explotar sus recursos en nombre de la ciencia y para el progreso humano. Para ampliar la información sobre las metáforas sexistas en el nacimiento de la ciencia moderna es recomendable consultar la obra de la filósofa feminista Sara Harding.


 LA CIVILIZACIÓN TÓXICA


EXTRATERRESTRES ECOLOGÍA
Unos hipotéticos extraterrestres que visitaran la Tierra,
se reirían de nuestra absoluta falta de inteligencia ecológica.
     Este simple gesto, este cambio desde la concepción sagrada de la Tierra a la concepción de dominio y explotación de la Naturaleza (es decir, a la consideración de que el ser humano occidental está por encima y contra la Naturaleza), nos ha llevado en la actualidad a una crisis ecológica sin precedentes. El ser humano ha pasado, en unos cuantos siglos, de vivir en contacto directo con su entorno natural, a vivir en entornos artificiales altamente contaminados. La proliferación por todo el planeta de grandes ciudades es una buena muestra de ello. Tan pronto como se asienta el hombre en un lugar, los paisajes naturales son asfaltados, como si la Naturaleza fuese algo incómodo para el hombre.
     Vivimos inmersos en una civilización tóxica. Nos desarrollamos en ambientes tóxicos de los que no somos plenamente conscientes. Moriremos asfixiados por el hedor de nuestros propios desperdicios. La contaminación ambiental de las multinacionales petroquímicas, la contaminación electromagnética, la intoxicación a la que nos somete la industria cosmética, la pérdida de la biodiversidad, la explotación de los océanos, la aceleración del cambio climático, los desechos del consumismo materialista, etc., son sólo algunos pocos problemas a los cuales nos enfrentamos.
     La mayor parte de las veces no nos percatamos siquiera de la exposición tóxica a la que estamos sometidos, incluso en nuestros propios hogares. No estamos sensibilizados ni sabemos evitar la contaminación física y mental en la que nos encontramos sumergidos. La inmensa mayoría de la gente no ha sido informada ni sabe acerca de, por ejemplo, los peligros de la contaminación electromagnética, o de las sustancias sintéticas tóxicas (como el BPA de los plásticos, el aluminium chlorohydrate de los desodorantes, el sodium laureth sulfate de los geles, el revestimiento de teflón de las sartenes, etc.), o ni siquiera somos por lo general conscientes de la importancia de realizar un consumo responsable o del compromiso con las energías renovables. Etcétera.
     En este sentido, poseer inteligencia ecológica requiere que estemos informados y sensibilizados acerca de una serie de problemas. En su libro Inteligencia ecológica, Daniel Goleman pone precisamente el acento en la necesidad, por parte de la industria y del consumidor, de contar con toda la información ecológica y actuar en consecuencia. Según Goleman, la ecología industrial tendría que analizar científicamente todas y cada una de las sustancias que componen un producto, en un afán de transparencia radical en el etiquetado, y luego incluso se le podría otorgar a dicho producto una puntuación de acuerdo con criterios ecológicos y de comercio justo. Dicha puntuación visible para el consumidor nos advertiría de las sustancias problemáticas para nuestra salud, de la toxicidad para el medio ambiente, de la huella ecológica que supone para el planeta, de las condiciones laborales de los trabajadores que han manufacturado el producto, de los procesos industriales de fabricación, del envase utilizado para contener el producto, de la contaminación que supone el transporte de los productos, etc.
     Esto supondría, según Goleman, una transformación radical del mercado, ya que los fabricantes que no adaptaran sus productos a criterios ético-ecológicos perderían clientes y sus productos no se venderían, y, por consiguiente, esas empresas terminarían desapareciendo porque sus productos ya no serían competitivos. De hecho, los artículos de venta con mala puntuación ecológica se encarecerían, mientras que la gama de artículos de las empresas responsables con la salud y el medio ambiente, venderían  sus productos con mayor facilidad y a menor precio, gracias a la mayor demanda.
     Por su parte, autores como Jim Merkel defienden algo muy distinto, a saber, una simplificación radical de la vida que traería consigo un consumo mínimo, pues a menor consumo menor sería el impacto medioambiental que causaríamos al planeta (huella ecológica); lo verdaderamente ecológico es consumir lo mínimo y centrarse en la satisfacción de las necesidades básicas.
     Estas propuestas, la demasiado complaciente con el capitalismo consumista de Goleman, y la acaso demasiado utópica de Merkel, no son las únicas alternativas posibles. La propuesta de Christian Felber de crear una economía del bien común, también vendría a decir que las empresas que cumplan criterios ecológicos, éticos y democráticos serán incentivadas, mientras que las empresas que contaminen el medio ambiente, exploten a sus trabajadores y no contribuyan al bien común serán sancionadas.


CONCLUSIÓN

     Adquirir una activa sensibilidad ecológica es uno de los grandes retos para salvaguardar el futuro de la especie humana. Precisamente por eso es tan importante una educación y un desarrollo de nuestra inteligencia ecológica. La crisis ecológica a la que la civilización tóxica nos ha conducido requiere de un desarrollo de la conciencia ecológica. Resulta absurdo insistir en la destrucción de las condiciones de posibilidad de la propia vida en aras de ningún ideal de civilización o en nombre del progreso y el superávit económico. Hay que regresar a una cosmovisión de la Naturaleza como madre Tierra sagrada para nosotros. En vez de seguir manteniendo una actitud hostil contra nuestro propio hogar, el ser humano debe aprender a mantener un equilibrio armónico con su entorno y comprender que formamos parte de la Naturaleza. Actualmente, toda alternativa para pensar el mundo de otra manera tendrá que ser ecológica. El futuro será verde o no lo será en absoluto.

 Eduardo Vicente Navarro


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