En esta obra de Edward Hopper, Habitación de hotel (1931), el pintor americano plasma con fuerza la sensación de soledad y frustración propia de la vida alienante en las ciudades modernas. |
Esta magnífica obra de Hopper, que podemos encontrar en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, nos va a servir de punto de partida para hablaros en esta ocasión de la importancia del optimismo. La contemplación de la figura femenina melancólica y ensimismada,
sorprendida en la intimidad de una habitación fría, trasmite al
espectador la tristeza propia de una vida que no deja margen para el
optimismo, que cancela el horizonte del futuro. Al mismo tiempo, nos
hace recordar el modo en que todos nos hemos encontrado en algún
momento de nuestras vidas. La mujer representada ojea los horarios de los ferrocarriles sin mostrar ningún interés real, de manera inerte. Posiblemente debe de abandonar la habitación del hotel por la mañana, pero la impresión que evoca es de indiferencia respecto a su próximo destino. La falta de calidez de la escena se acentúa al no encontrar ilusión por el porvenir, al no dejar espacio acaso para la esperanza, al contrario, es el hastío, la frustración y la parálisis la que inundan la escena. Pero si pudiéramos hablar con la protagonista de este cuadro, quizá intentaríamos animarla para que recuperara la esperanza y la ilusión por la vida, tal vez trataríamos de persuadirla de la importancia que el optimismo tiene para la existencia y para la construcción de un futuro mejor.
En este sentido, el escritor y divulgador británico Mark Stevenson, nos enseña las claves para desarrollar lo que él llama un optimismo pragmático, es decir un optimismo realista que podemos aplicar a nuestras vidas cotidiana. En un mundo en crisis, en la encrucijada histórica de cambio en la que nos ha tocado vivir, es sencillo sucumbir y entregarse a la desesperación o al cinismo. La ciudadanía en muchas partes del mundo se encuentra frustrada y desorientada, y puede suceder que no vean sentido en sus vidas o que sus condiciones de vida sean terribles. Quizá por ello, como dice Mark Stevenson el cinismo se ha convertido en la epidemia de nuestro tiempo. Hay mucha más gente que percibe como sobre el futuro se cierne una oscura sombra, cada vez más personas se declaran pesimistas respecto al futuro de la humanidad. Razones, desde luego, no faltan. Los desarrollos científicos y tecnológicos no vienen acompañados de un desarrollo moral y psicológico adecuados, y además muchos de los sistemas que rigen nuestras vidas han quedado obsoletos. La desconexión entre los ciudadanos y las política, o la inhumanidad de los mercados, la obsolescencia y demora de la justicia, o el modo de entender la educación, etc., son aspectos que contribuyen al desánimo de la ciudadanía global.
A pesar de todo, es necesario defender el optimismo e introyectarlo en nuestra personalidad. Debemos aprender a ser optimistas y a mirar el futuro con ilusión, o de lo contrario no podremos crear alternativas de futuro, y además disminuiremos las posibilidades de disfrutar de momentos de felicidad en nuestras vidas. Los ciudadanos del mundo tienen que prepararse para afrontar los cambios que irremisiblemente tendrán lugar en las próximas décadas. Tenemos motivos para protestar, porque el mundo no está funcionando como sería de desear, pero no podemos instalarnos permanentemente en la esterilidad del cinismo y la inacción. Debemos de ser capaces de cambiar, o de lo contrario, casi insensiblemente, acabaremos sentados sobre la cama de una habitación solitaria de hotel, como la mujer retratada por Edward Hopper, sin saber qué hacer o a dónde ir.
En fin, estas son las reflexiones que acudieron a mí cuando hace algún tiempo tuve la oportunidad de contemplar la Habitación de hotel y luego en otro momento ver la entrevista que Elsa Punset realizó a Mark Stevenson en Redes. Ya sin más dilaciones, a continuación explico las claves que Stevenson establece para desarrollar un optimismo pragmático. Recordemos que estos principios son interesantes porque nos pueden servir como herramientas útiles para mejorar nuestra conducta, para no dejarnos llevar por el cinismo y la desesperación y, en fin, para hacer de este mundo un lugar mejor. Los principios de los que os hablo podríamos resumirlos de la siguiente manera:
1) Cultivar una moral optimista que nos permita soñar con un futuro mejor, en vez de abandonarnos al hastío y la desesperanza. Si nos dejamos llevar por la epidemia del cinismo, entonces seremos incapaces de crear alternativas de futuro. Traducido a nuestra vida cotidiana, podríamos decir que es mejor comenzar el día con ilusión y tener esperanza en que nuestros proyectos vitales llegarán a buen puerto.
2) Comprometerse con un proyecto superior, es decir, sentir que formamos parte de algo más elevado que nosotros mismos, que nuestros proyectos contribuyen a una causa global. Algunos ejemplos podrían ser los siguientes: comprometerse en la lucha contra el cambio climático por el bien del planeta; entregarse en la educación de los hijos para que tengan un futuro mejor; escribir para sentir que formas parte del espíritu universal de la literatura; manifestar en tu vocación científica que estás comprometido con los avances en la investigación científica, etc.
3) Basarnos en las evidencias, en los hechos objetivos, a la hora de intentar solucionar los problemas o de intentar llevar a buen puerto los proyectos que pueden mejorar nuestras vidas o el mundo en el que vivimos. Esto no quiere decir que obviemos las intuiciones o los sentimientos, que suelen ser un tipo de información fundamental a la hora de tomar decisiones importantes o embarcarse en una empresa. Lo que quiere decir es que también es necesario tener en cuenta los datos objetivos. Como dice Stevenson, si quieres solucionar un problema actúa como un ingeniero y no como un político.
4) Compartir las ideas, en vez de protegerlas, ya que la interacción entre las ideas amplifica su poder y favorece la innovación. No compartir las ideas por miedo a que no sean comprendidas o a que nos las roben no parece justificado en comparación con los grandes beneficios que puede conllevar el sí hacerlo. Además, como si mal no recuerdo decía Hermann Hesse en Demian, los pensamientos no expresados son pensamientos muertos. O como a veces me gusta explicar a mis alumnos, la transmisión del conocimiento es una clase de valor que no se desgasta al compartirlo, pues el saber no tiene precio de mercado, sino que es precioso en sí mismo, y, de hecho, cuando es enseñado, favorece la aparición de otros valores e ideas.
5) No tener miedo al error o al fracaso, pues son elementos importantes que nos pueden servir de inspiración o que pueden contribuir a enriquecer nuestra personalidad. Tanto en la sabiduría popular como en los pensamientos y experiencias de las personalidades más ilustres de la historia, se esconde una enseñanza recurrente: el error es fuente de sabiduría y creatividad. Algunas de las mejores ideas y proyectos han surgido a partir de una serie de errores o de grandes fracasos. Me viene a la memoria concretamente el gran inventor estadounidense Thomas Edison, o las enseñanzas de Nietzsche acerca del fracaso y el sufrimiento (lo que no nos mata, nos hace más fuerte). Por tanto, el problema no reside en el error en sí mismo, sino en el miedo que tenemos a equivocarnos. Por desgracia desde pequeños nos han enseñado que perder o fracasar es una de las cosas peores y más humillantes que nos pueden suceder. Sin embargo, el verdadero error o comente la persona que por miedo a equivocarse no emprende el camino.
6) Ser conscientes de que somos lo que hacemos, no lo que tenemos intención de hacer. Lo que define a una persona son sus actos, no sus intenciones. Este principio, en realidad, ya está recogido en las enseñanzas éticas de Aristóteles: la única manera de adquirir la virtud es practicando. Las buenas intenciones no sirven de nada si finalmente no ejecutamos las acciones correspondientes. De nada sirve tener buenas ideas si no las llevas a la práctica; de nada sirve experimentar internamente sentimientos hacia una persona si luego no somos capaces de expresarlos efectivamente; de nada sirve pensar que en el fondo somos buenas personas, que tenemos buen corazón, si luego realizamos acciones injustas; de nada sirve culpar a los demás de nuestros problemas o de nuestro modo de ser, si en última instancia no hacemos nada por cambiar. En definitiva, dejemos de vivir en el mundo de las intenciones y empecemos a hacer realidad nuestros proyectos.
7) Y por último, ser persistentes en nuestros proyectos más ambiciosos. Cuando nos embarcamos en un nuevo proyecto o queremos desarrollar una gran idea, lo más normal es que fracasemos en nuestros primeros intentos, o que las cosas no vayan tan bien o sean tan rápidas como era de esperar. Por eso es imprescindible seguir intentándolo con tenacidad y no rendirse. Una buena estrategia consiste en imaginar que estamos jugando un gran torneo de larga duración. Al principio perderemos las primeras rondas, pero si somos perseverantes, quizá finalmente consigamos alcanzar la meta que nos habíamos fijado.
Espero que estos principios os puedan ser de utilidad para desarrollar una actitud más optimista frente a la vida y estar preparados para poder contribuir en la creación de un mundo que sea mejor.
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Eduardo Vicente Navarro
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Qué interesante. Me ha gustado mucho la frase de Steveson, que si quieres solucionar un problema actúa como un ingeniero y no como un político! :) Los principios ya me han animado motivarme a ser optimista, tienen mucha utilidad, especialmente aquí en Inglaterra con el tiempo deprimente! Recuerdo también el concepto de que los pensamientos no expresados son como pensamientos muertos tiene mucha razón. :) me ha interesado leerlo Edu! ;)
ResponderEliminarSí, la verdad es que hay que ser críticos, pero también hay que dejar un espacio para el optimismo y para actuar activamente. Me alegro de haber aumentado un poco tu nivel de optimismo, allí en Inglaterra lo vas a necesitar ;) Pero seguro que te adaptarás rápido, y si no siempre puedes regresar :) ya me contarás cómo te va todo. Bona nit!
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