Edvard Munch, El grito. |
"Cualquiera puede enfadarse, eso es muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, ya no resulta tan sencillo" (Aristóteles).
INTRODUCCIÓN
Tomemos esta conocida obra de Edvard Munch como punto de partida. En ella se condensa en una sola imagen, de gran fuerza expresiva, el miedo y el dolor desgarrador de un alma atormentada. Munch realiza un retrato interno de la locura y la angustia existencial de su propia mente y hace brotar de su espacio anímico interior un alarido horroroso que desfigura el paisaje y hace gritar a la naturaleza misma. El cielo ensangrentado y los contornos retorcidos son la expresión del estado psíquico desquiciado de un sujeto que se atreve a mirar directamente al espectador, como si buscara su auxilio. Con el paso del tiempo, El grito se ha convertido en un icono universal del terror y la desesperación, pero también de la neurosis occidental de la que todos formamos parte.
Quizá El grito sea una imagen excesiva para representar un secuestro emocional, pero en cierta manera ilustra de manera muy gráfica la pérdida transitoria de control racional que se produce cuando la amígdala (el centro de operaciones de nuestro cerebro emocional) toma el control del resto del cerebro y nos obliga a ejecutar conductas impulsivas. Precisamente en ello consiste un secuestro emocional, a saber: en una falta de autocontrol emocional que desemboca en episodios de violencia. Precisamente esta es una de las razones por la cual es importante esforzarnos en cultivar nuestra inteligencia emocional, para así poder mejorar la gestión de nuestras emociones. Tengamos en cuenta que, la intensidad de los secuestros emocionales, además, en ocasiones puede ser desmesurada y dar lugar a situaciones tan graves como la violencia doméstica o situaciones similares en las que se compromete la integridad física y psicológica de las personas implicadas. Sin embargo, no siempre la intensidad de un secuestro por la amígdala consigue llevarnos a un estado semejante. Parece más bien ser una cuestión de grado y, por consiguiente, en una intensidad moderada, podría ser un problema más habitual de lo que creemos, y por eso mismo pasar desapercibido, lo cual también resulta preocupante.
Los secuestros emocionales, en efecto, son fenómenos del comportamiento que suceden con cierta frecuencia en nuestras relaciones con los demás, y por desgracia, traen consigo efectos muy poco deseables. Detrás de ellos se esconde la causa secreta de un gran número de rupturas, despidos, temeridades, crímenes, arrepentimientos, desdichas y enfermedades, entre otras cosas. Los secuestros emocionales hacen que las emociones más destructivas y viscerales broten en nosotros y se propaguen más allá de los muros de la propia consciencia, como si fueran un fantasma que atraviesa una pared y deja a su paso un sendero de caos y destrucción.
Pero, ¿cómo podemos identificar un secuestro emocional? Y más importante todavía, ¿cómo podemos aprender a evitarlos? A continuación, vamos a tratar de responder a estas preguntas.
RECONOCER UN SECUESTRO EMOCIONAL
Si queremos aprender a evitar los secuestros emocionales, lo primero que tendremos que hacer es saber identificarlos. Si ni tan siquiera sabemos reconocerlos, entonces difícilmente podremos actuar sobre ellos para que no se produzcan. Por tanto, vamos a tratar de caracterizarlo para saber cuándo estamos bajo el influjo de la amígdala.
Generalmente se produce en nosotros una reacción repentina que viene acompañada de una emoción muy fuerte que nos invade, y al mismo tiempo notamos como aumentan nuestra temperatura corporal y nuestras pulsaciones. Algunas personas también pueden llegar a sentir opresión en el pecho, palpitaciones y ansiedad, lo cual nos indica el grado de tensión y el despliegue energético al que el organismo se ve sometido en cuestión de segundos. No hace falta decir que, por supuesto, las consecuencias para muestra salud pueden llegar a ser devastadoras, sobre todo si estos secuestros tienen lugar de manera habitual y son de gran intensidad. Durante el secuestro por la amígdala, también tendremos quizá la sensación de que nuestros pensamientos son inoperantes frente a la emoción que nos domina, como si nuestra razón fuese siempre un paso por detrás de nuestras propias acciones. De hecho, brotan alrededor de la emoción pensamientos radicales y catastróficos que añaden --como se suele decir-- más leña al fuego. Estamos, pues, bajo el control de la amígdala, y por lo tanto, nuestro comportamiento va a ser muy infantil e impulsivo. Lo más probable es que la ira sea la emoción que terminará por tomar las riendas de nuestra conducta, y ya sabemos todos cuál será el resultado de multiplicar un cuerpo cargado de energía por una emoción negativa que nos domina, a saber: gritos, insultos, portazos, objetos rotos, violencia... Finalmente, la última fase del secuestro emocional es el cansancio, la desorientación y el arrepentimiento. Una vez que se ha producido la descarga, quedamos física y mentalmente agotados, pero para cuando nuestra parte racional comienza a recuperar el control y a analizar lo sucedido, ya es demasiado tarde para deshacer los acontecimientos. Llega entonces el momento de formularse las clásicas preguntas interiores: "¿pero qué he hecho?", "¿cómo he podido llegar tan lejos?", o, "¿qué ha pasado?". Todavía es peor cuando los secuestros emocionales ya están tan instaurados y son tan habituales que el sujeto ni tan siquiera se formula ya estas cuestiones o ni tan siquiera siente la necesidad de pedir perdón, sino que más bien trata de justificar su conducta echándole la culpa precisamente a las víctimas que padecen su cólera.
Bien, ahora ya sabemos reconocer cuando se produce en nosotros un secuestro emocional: tendemos a realizar acciones bruscas y repentinas, una fuerte emoción nos invade, aparecen ciertas señales fisiológicas en nuestro cuerpo, y, finalmente, tras la explosión inevitable, terminamos agotados, confusos y arrepentidos de lo que hemos hecho o dicho. Como podemos imaginar, saber identificar a tiempo un secuestro emocional, resulta imprescindible para tratar de impedirlo (para ganar tiempo para que nuestras neuronas inhibitorias puedan controlar el impulso), o para alejarnos de la circunstancia que provoca en nosotros la tensión desencadenante (si nos vemos incapaces de refrenar la emoción que nos embarga).
Bien, ahora ya sabemos reconocer cuando se produce en nosotros un secuestro emocional: tendemos a realizar acciones bruscas y repentinas, una fuerte emoción nos invade, aparecen ciertas señales fisiológicas en nuestro cuerpo, y, finalmente, tras la explosión inevitable, terminamos agotados, confusos y arrepentidos de lo que hemos hecho o dicho. Como podemos imaginar, saber identificar a tiempo un secuestro emocional, resulta imprescindible para tratar de impedirlo (para ganar tiempo para que nuestras neuronas inhibitorias puedan controlar el impulso), o para alejarnos de la circunstancia que provoca en nosotros la tensión desencadenante (si nos vemos incapaces de refrenar la emoción que nos embarga).
CONTROLAR NUESTRO TEMPERAMENTO
Una vez que ya sabemos identificar un secuestro emocional, ahora de lo que se trata es de aprender alguna técnica que nos ayude a no perder el control racional de nuestra conducta. O dicho de otra forma, debemos aprender a controlar nuestro temperamento. Parece fácil de decir, pero no es sencillo de hacer, y como casi todas las cosas en la vida, es necesario practicarlo y ser perseverantes. Como ya señalara Aristóteles hace 25 siglos, para cambiar nuestro comportamiento y hacernos mejores, tenemos que practicar, es decir, debemos de repetir una y otra vez las mismas acciones en la buena dirección hasta crear un hábito que, sostenido en el tiempo, se convertirá en virtud.
En el dibujo de arriba tenemos un esquema simplificado de los pasos a seguir en caso de empezar a perder el control. No obstante, a continuación vamos a ver un método algo más complejo. Esta técnica que voy a tratar de explicar en sus diferentes fases la he extraído del libro de Daniel Goleman, Inteligencia emocional. Según este autor, si queremos tomar el control de nuestro temperamento (TAKING CONTROL OF YOUR TEMPER) frente a un secuestro emocional, debemos de seguir los siguientes pasos, a saber:
1. OBSERVATE A TÍ MISMO (WATCH YOURSELF). Durante una semana aproximadamente vamos a tratar de averiguar cuándo se altera nuestro temperamento. Es decir, que vamos a observarnos a nosotros mismos para saber en qué situaciones y con qué personas tienen lugar los secuestros emocionales. Si queremos lo podemos anotar en una libreta.
2. ENCUENTRA UN MODELO (FIND A MODEL). Ahora que ya sabemos las circunstancias que desencadenan en nosotros los secuestros por la amígdala, vamos a elegir un modelo de persona que pueda manejar las mismas situaciones sin perder el control. Si lo creemos necesario podemos incluso realizarle una pequeña entrevista para averiguar cómo es capaz esta persona de controlar su impulsividad. También puede resultar interesante practicar mentalmente el modo en que solucionaremos nuestro déficit de control imitando la manera en que nuestro modelo lo hace.
3. NOTA LAS SEÑALES (NOTICE SIGNALS). En tercer lugar, va a ser muy importante que empecemos a familiarizarnos con las señales que aparecen en nuestro cuerpo cuando comienza a desencadenarse el secuestro emocional. ¿Qué es lo que notamos? ¿Notamos ardor en el estómago? ¿Notamos tensión en el cuello y la espalda? ¿Apretamos los dientes y los puños? ¿Se nos arruga la frente? Etc. Es importante ser consciente de estos cambios fisiológicos que suceden en nuestro cuerpo, porque serán una buena referencia a la hora de determinar el momento en que va a tener lugar un secuestro emocional.
4. CORTOCIRCUITA EL SECUESTRO (SHORT CIRCUIT THE HIJACK). En el momento en que notemos esas señales que son como la antesala del secuestro emocional, tenemos que provocar un cortocircuito en el sistema para que la amígdala no tome el control y anule nuestra razón. Es decir, tenemos que detener a toda costa el desenlace de acontecimientos. Debemos detenerlo y calmarnos. Podemos, por ejemplo, contar hasta 10 respirando profunda y pausadamente, aunque parezca una tontería le proporcionará tiempo a nuestro cerebro racional para inhibir en la medida de lo posible la impulsividad emocional. Podemos también pensar en nuestro modelo de persona que hemos elegido para estos casos, y sorprendernos a nosotros mismos actuando tal y como él lo haría. En cualquier caso, tenemos que ser conscientes de que dejándonos arrastrar por el secuestro emocional sólo vamos a empeorar las cosas y repetir de manera automática un modo de conducta que nos perjudica. Se me ocurre también que quizá la siguiente famosa cita de Aristóteles podría ser de utilidad si la aprendemos y la repetimos mentalmente:
"Cualquiera puede enfadarse --dice Aristóteles--, eso es muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, ya no resulta tan sencillo".
5. REPITE LOS PASOS (REPEAT STEPS). Por último, en cada oportunidad que se nos presente, volveremos a repetir los mismos pasos, hasta adquirir el hábito de hacerlo automáticamente. Esto es muy importante porque el cerebro aprende a base de repetición, es decir, que cuanto más repetimos estos pasos más se reforzará el circuito neuronal subyacente. Y por supuesto, si fracasamos en nuestros primeros intentos, no por ello tenemos que desistir, sino que lo importante es aprender de nuestros errores y seguir mejorando.
Esta técnica, evidentemente, se puede y se debe reforzar con otras prácticas, sobre todo si somos propensos a sufrir esta clase de alteraciones emocionales que tanto perjudican nuestra convivencia y nuestra salud, así como la de los que nos rodean. Las personas con estas tendencias, si no le ponen remedio, tienen muchas más posibilidades de sufrir enfermedades graves de diversa índole (enfermedades cardiovasculares, del aparato digestivo, inmunológicas, etc.). Asimismo, también tienen más posibilidades de terminar divorciados, perder el empleo, terminar en prisión o, en fin, ser socialmente inadaptados e infelices.
La clave está en darse cuenta de que no podemos cambiar lo que vamos a sentir o lo intensa que será la emoción que nos sacuda, pero sí podemos practicar el modo en que reaccionaremos. Cuando no podemos cambiar la causa que nos provoca el secuestro emocional, cuando no podemos cambiar el modo de percibir lo que nos sucede, aún entonces, siempre podremos entrenar la forma en que nuestro cuerpo y nuestra mente reacciona. Al respecto, quizá la práctica más efectiva sea la meditación en sus muy diferentes variables. El yoga, el mindfulness o el taichi, por ejemplo, son artes orientales que nos enseñan a centrar nuestra atención en la respiración y en el cuerpo. La práctica habitual de estas técnicas tiene resultados sorprendentes, pues favorecen la adquisición de la calma y nos enseñan a frenar nuestra impulsividad.
Esta técnica, evidentemente, se puede y se debe reforzar con otras prácticas, sobre todo si somos propensos a sufrir esta clase de alteraciones emocionales que tanto perjudican nuestra convivencia y nuestra salud, así como la de los que nos rodean. Las personas con estas tendencias, si no le ponen remedio, tienen muchas más posibilidades de sufrir enfermedades graves de diversa índole (enfermedades cardiovasculares, del aparato digestivo, inmunológicas, etc.). Asimismo, también tienen más posibilidades de terminar divorciados, perder el empleo, terminar en prisión o, en fin, ser socialmente inadaptados e infelices.
La clave está en darse cuenta de que no podemos cambiar lo que vamos a sentir o lo intensa que será la emoción que nos sacuda, pero sí podemos practicar el modo en que reaccionaremos. Cuando no podemos cambiar la causa que nos provoca el secuestro emocional, cuando no podemos cambiar el modo de percibir lo que nos sucede, aún entonces, siempre podremos entrenar la forma en que nuestro cuerpo y nuestra mente reacciona. Al respecto, quizá la práctica más efectiva sea la meditación en sus muy diferentes variables. El yoga, el mindfulness o el taichi, por ejemplo, son artes orientales que nos enseñan a centrar nuestra atención en la respiración y en el cuerpo. La práctica habitual de estas técnicas tiene resultados sorprendentes, pues favorecen la adquisición de la calma y nos enseñan a frenar nuestra impulsividad.
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